viernes, 1 de febrero de 2013


                                              En el lugar “donde viven los monstruos”.
De un juego tan simple como disfrazarse de lobo surge una historia tan bonita. Max este inquieto niño estaba dejando volar su imaginación y adaptando su espacio habitual para la gran aventura que era ser un lobo. Cuando la madre lo llama monstruo por el alboroto que tenía y Max contesta “te voy a comer” el “castigo” que le impone la madre por contestar así - cosa que para el niño era normal que un monstruo hiciera, le mereció irse a la cama sin probar bocado, pero allí en su habitación sucede todo lo contrario, en lugar de sentirse triste, o solo, o regañado, aprovecha ese espacio para seguir con su fantasía mental, reinventa su historia, su bosque y todo lo que en él había, de manera que no solo el bosque estaba en su mente sino que surge también el barco en el cual va a navegar por mucho tiempo hasta llegar a donde viven los monstruos.
Esa descripción tan bonita de cómo eran esas terribles criaturas, con sus terribles ojos, dientes y garras, deja notar que Max estaba tan convencido de lo que estaba viviendo que en ningún momento pierde el control de la situación, pues él nunca se asusta, al contario es él quien doblega a los monstruos y quien decide en qué momento desea terminar con su aventura a tal punto que es Max quien castiga a los monstruos enviándolos a la cama sin cenar (igual como lo hizo su mamá).
En su imaginación esplendida cabe también la realidad, cuando siente la soledad y la necesidad de sentirse amado, atendido, busca a su madre y encuentra la comida caliente en su cuarto. Es cierto que nuestra imaginación nos permite alejarnos de situaciones que marcan, entristecen, limitan o disminuyen, la alegría que debe tener de por si la vida misma, donde viven los monstruos es un claro ejemplo de que la mente humana puede transportarnos de un lugar a otro y adoptar las situaciones que se presentan no para quedarnos en lo malo, no para quedarnos en lo que nos hace daño o nos produce dolor, no para quedarnos pensando en los demás, sino para permitir que esas cosas que nos incomodan nos den fuerzas para reconstruir nuestra historia y poder reinventarnos de nuevo.
Los adultos deberíamos poner en práctica esa imaginación que nos permite volar, crear, sentir, recordar, olvidar, construir, nuestras vidas y sanar nuestro interior al igual como lo hacen los niños.
 
 
Nubia Johana Cifuentes Baquero
 
 
 
 
 
 

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